Los movimientos sociales actuales son de carácter distribuido, es decir, tienen múltiples focos, con una
buena coordinación gracias a los medios digitales. Son fragmentados, respondiendo a distintas
motivaciones y, en general, siguen la dinámica que caracteriza el comportamiento social de la nueva
Sociedad de Masas, no tienen cabezas visibles, no se observan liderazgos hegemónicos que marquen
verticalidad. Por el contrario, se trata de liderazgos marcados por relaciones de horizontalidad, que para
efectos de sus coordinaciones toman la estructura de “Función HUB”, esto quiere decir, una articulación,
coordinación y logística, que concentra, distribuye y amplifica los flujos relacionales del sistema, mostrando
un buen manejo de las redes sociales y herramientas de las tecnologías de información y comunicación.
Los sectores más radicalizados aplican una tensión que encierra éticas confrontadas, que no responden
a las formas tradicionales de resolución de conflictos. En el caso de las movilizaciones de jóvenes, estos
muestra rabia y ruptura del diálogo, están cargados de incultura, desinterés y se siente ajenos a este
modelo de sociedad. Asumen que, la historia comienza con ellos. En una compulsión de rechazo cultural,
de ruptura con la historia, como actitud unilateral. No confían en los procedimientos democráticos y mucho
menos en los políticos, despreciando por igual a la izquierda, el centro y la derecha. Usan el eufemismo
“deconstrucción” para justificar la destrucción, introduciendo un cuestionable sentido valórico, cuando
escalan el conflicto hasta expresar violencia y un carácter destructivo de bienes públicos y privados.
Nuestra juventud muestra una ruptura valórica y profunda brecha generacional, marcada por la rabia, el
rechazo, la impotencia y la nula confianza para lograr interlocución con la autoridad o los actores del mundo
político. La confrontación que impulsan se libra con armas y métodos no convencionales. Es una mezcla
de la cultura de masas ciudadanas movilizadas legítimamente, en las que se infiltran los grupos
radicalizados, promoviendo reivindicaciones, que la mayor parte de las veces terminan en violencia. Es
una mezcla de grupos diferentes que coinciden en la frustración, a los que se agregan: grupos anárquicos,
lumpen, terroristas y elementos asociados al narcotráfico, que en ocasiones hacen ostentación del uso de
distintos tipos de armas.
La violencia de los movilizados muestra momentos de desborde (sociedad de masas) escalando
irracionalmente, intentando superar la acción de los agentes del Estado (policía). En muchos casos
cometen delitos y crímenes, atacando con bombas incendiarias y balines a la policía, en completa
impunidad, a vista de los observadores de los derechos humanos de NNUU y de los medios de
comunicación, todo lo cual normaliza el doble estándar en la valoración de los Derechos Humanos. Otro
elemento transversal, global y local (Glocal) es lo que se asocian al acrónimo ACAB (All Corps are Bastard)
que significa “todos los cuerpos (de policías) son Bastardos”, que se repite en cada movilización en todo
el mundo, como desprecio por la institucionalidad, a las policías y sus procedimientos, a las que confrontan,
cuestionando su legitimidad, legalidad y sus soportes logísticos. Son grupos asistémicos y disfuncionales.
La brecha generacional muestra jóvenes ajenos a los principios, en un creciente proceso de opacidad y
degradación respecto de los valores, del que somos actores por acción y omisión. Se van borrando los
límites: la libertad individual muestra amplios espacios que desborda hacia el libertinaje; la justicia con
extrema elasticidad se torna en injusticia; la competencia llevada al extremo termina eliminando los
espacios de colaboración; el individualismo radical termina destruyendo el sentido de comunidad. La crisis
es estructural y de sentido eminentemente ético. Un materialismo que desborda en individualismo
radical.