El viernes pasado, fui a un cumpleaños en un lugar lleno de gente, conversé con varias de ellas y de temas tan variados que serían una columna aparte. De todas las cosas que conversamos, fue la despedida la que me dejó peinado para atrás: “Gracias, ustedes los profes son el futuro”. Esa frase me hizo enojar. Llevo años practicando la docencia (con más o menos formalidad), y la gente siempre se han mostrado agradecidos con mi labor. Pero nunca de una forma tan condescendiente, tan mezquina y tan simplista, más aún en el contexto en el que me encuentro.
Hoy, luego de una pandemia, habiendo tenido que vivir la actitud y violencia de los estudiantes al volver a clases, después de haber tenido Burn Out, seguido de pasar por un ciclo depresivo, siendo asediado por las mil y un responsabilidades de un profe y muchas cosas más, no quiero un “gracias” por parte de una persona aleatoria, quiero un aumento de sueldo, horas de descanso, dinero para el almuerzo, poder educar tranquilo y, como mínimo, reconocimiento profesional por mi desempeño.
La docencia no es un apostolado en donde quienes la ejercemos somos unos santos que debemos sacrificar nuestra vida, tiempo y energía en educar gente que lo necesita. Ser profesor en el Chile de hoy, es ser un trabajador estresado,
perseguido y cuestionado disfrazado de voluntariado de beneficencia. No estoy diciendo que no me guste mi trabajo. De hecho, amo hacer clases, pero son tantas las injusticias que se viven en el sistema educativo, que un “gracias”
no basta para que uno reciba las energías con la cual continuar con la labor docente. Lamentablemente, de buenos deseos no como y de vocación no se alimenta la calidad educativa.
Cuando la comunidad educativa (funcionarios, estudiantes y apoderados), entendamos esto, recién podremos ver algo cercano a la calidad educativa.Pues, como vamos, el personal educativo con amor por el proceso de enseñar se volverá rápidamente en un personal agotado y en quienes la sociedad piensa, erróneamente, que debemos sentirnos orgullosos de estar así.
Lo más triste de todo esto, es la similitud de este fenómeno con varios rubros laborales. Muchas veces en el sector salud se glorifica el sacrificio por la falta de personal, en varias empresas se le pide al trabajador ponerse la camiseta por el equipo y, hasta en el fútbol, se endiosa o liquida a un equipo por la garra que le entrega al partido.
Dejemos de glorificar el sacrificio para cubrir los puestos y comencemos a pensar en tener plantas laborales llenas y no al mínimo.
Dejemos de hablar de ponerse la camiseta y comencemos a hablar de horas extras justas y no sobre usarlas.
Dejemos de pedir garra en los jugadores y comencemos a pedir que simplemente se juegue bien al deporte.
Dejemos de romantizar la precarización laboral y empecemos a hablar de dignidad en el trabajo.